Manolo Paz ancla los orígenes de su escultura en la cultura celta de la zona galaíco-portuguesa, relacionada con la cultura megalítica y castrexa. Escoge como material el granito, piedra ligada a la cultura gallega, y relacionada con los ritos primitivos. Sin embargo, y a pesar de basar su trabajo en la tradición, su obra es totalmente contemporánea. En esta obra, trabaja partir de la evolución de un bloque de forma ovalada, que remite al menhir o monolito, con un claro desarrollo vertical que subraya su carácter sagrado. Desbasta los laterales, haciéndo una serie de incisiones, y obteniendo como resultado una forma que recuerda a los idolillos hallados junto a enterramientos megalíticos, en los que destaca el ritmo en zig-zag. Combina la superficie pulida con zonas rugosas, creando en la pieza un juego de contrastes de texturas. Goza de un cierto sentido organico, pues al artista le gusta concebir la piedra como si de un ser vivo se tratara. Por ello coloca sus piezas en el suelo para que "germinen y crezcan". Por otra parte, el paso del tiempo y la incidencia tanto del hombre como de los factores naturales (viento, luz, lluvia...) hacen que la piedra se tranforme y nos muestre realidades diferentes.