A partir de los años 50 la pintura de Arturo Souto sufre un cambio notable, intensificando violentamente los tonos y llegando a abstracciones cromáticas, donde lo que realmente importa es el color en sí. La riqueza cromática constituyó un aspecto fundamental de la obra de este período. El color alcanza ahora tonalidades más intensas, y su técnica pictórica llega a soluciones formales muy esquemáticas que aproximan su estilo a las tendencias fauves. En la década de los sesenta, época a la que pertenece esta obra, nos encontramos con restos de su etapa anterior, y el color sigue siendo uno de los protagonistas de sus composiciones. En French can-can, revisita el tema del cabaret, centrándose de nuevo en la figura femenina, como diosa de formas sinuosas. La mujer es representada en un suave claroscuro, destacada por las entonaciones nacaradas de sus carnes, aparece exultante entre el intenso colorido de cuanto la rodea. La influencia de la cultura mexicana, país donde habitaba por aquel entonces, provocó en Souto una búsqueda de la sensualidad y el exotismo, que le llevaron a embellecer estos desnudos con alas de mariposa, flores o caretas de brillantes tonos, donde podía dar rienda suelta al color y mediante las que creaba una atmósfera de manchas luminosas que dejaban en suspensión a sus, ya de por sí evocadores figuras. Las formas son modeladas mediante una pincelada breve, de pequeños toques cargados de materia, que dejan sin definir los contornos de la figura. Una profusa gama de rojos, azules, verdes y naranjas, manchan el cuadro de forma aleatoria, llenando la composición de un intenso cromatismo. En esta etapa, Souto parece recrearse en el mero acto de pintar, buscando sólo motivos en los que demostrar su sensibilidad pictórica, y eliminando la sordidez y oscuridad de un mundo, el del cabaret, a menudo alejado de la belleza amable procurada por el artista.