Obra de la década de los noventa, momento en que la producción de Nóvoa está dominada por las obras monócromas en negro. En el centro del cuadro, aparece un cuadrado en relieve que contiene unas púas que sobresalen de él. Al incidir sobre ellas, la luz provoca efectos de luces y sombras. La distinta direccionalidad de las púas, provoca que las sombras tengan un carácter móvil, dinamizando su pintura. Este tipo de obras, se sitúan entre los límites de la pintura y escultura. En ella sintetiza elementos de épocas anteriores, aplicándolos con un nuevo sentido. La púas son opacas, y tienen un efecto sumamente plástico, que se combina a su vez con los citados efectos lumínicos. Las obras de Nóvoa, parecen no conformarse con ser pintura, invadiendo la tercera dimensión, y jugando con el espacio y la luz, componentes que hasta el siglo XX habían sido intrínsecamente escultóricos.