La figura de San Francisco es para Darío Basso un espacio espiritual en el que se refleja la condición humana. Este lienzo representa una mano oferente, aquella del momento de la estigmatización del santo, jugando con sus habituales antagonismos: la luz del cuadro está en la mano y el rayo que estigmatiza es sombra. La abstracción de esta pintura nos lleva a sus estudios sobre el cuerpo humano realizados en Nueva York, mientras el juego de luz y sombra crea una tensión en el lado derecho del cuadro, que hace bascular el peso de la composición hacia allí.