En La piel de la música, Quessada, crea un mundo onírico, dislocado y fantástico que no remite tanto a la obra de su admirado Picasso como a la de Salvador Dalí. La presencia de las cabezas de león, el tipo de paisaje que llena el fondo del cuadro, y la descomposición imprecisa de las figuras, remiten a la obra del artista de Figueres. En este cuadro el artista une distintos componentes que tradicionalmente se asocian con la música, como son los instrumentos musicales o la danza, representada mediante las imágenes de bailarinas. Las figuras llenan los límites de la obra, mientras la parte central se reserva al citado paisaje y a la creación de un espacio en perspectiva. Se trata de un lienzo de enormes dimensiones basado en la conjugación de tonos cálidos -predominantemente rojos- y fríos -azules- de gran intensidad que actúan como una bofetada visual. La presencia de seres híbridos contribuye a aumentar el impacto sobre el espectador, a la vez que remite a la pintura del Bosco. Quessada se nutre de la influencia de maestros de la historia del arte, cuya obra explora y reinterpreta, para pasarla por un filtro pop y crear un arte impactante y personal.