Esta pieza se caracteriza por una intensa carga rítmica y sintáctica, aliviando a los colores de una carga semántica. En ella se observa los componentes de un universo íntimo repleto de líneas que parecen flotar sobre rectángulos, en los que destacan los colores negros (ocupando la parte central de la obra) y el rojo (protagonista absoluto en el tercio horizontal inferior y en el superior). El empleo del azul en los trazos superpuestos está directamente relacionado con el descubrimiento pro parte de Broto de los destellos del agua, por la pasión por los colores primarios y por la influencia el neoplasticismo de Mondrian.
El pintor realiza una compleja reflexión antes de decidirse por un color. Al igual que en la obra Una idea del movimiento del tiempo, el autor persigue un espacio dimensional en el que reinan los principios elementales del color y la línea. Los antecedentes de esta obra también se remontan a la década de los ochenta, cuando el artista opta por por las formas austeras y abstractas para recrear figuras oníricas, geométricas, laberínticas y orgánicas, a las que incorpora, a partir de 1998, nuevos temas como las figuras espaciales o las atmosféricas, logradas a base de movimiento muy colorista y en sus grandes formatos.
Estas figuras espaciales existen una gran confrontación entre los elementos geométricos puros, como rectángulos de igual formato, en tonalidades de rojos, con colores planos, y sobre los que flotan las formas orgánicas, dúctiles, sinuosas, resultado de la fuerza del automatismo con graduaciones, matices y vibrantes tonalidades, filtradas a través de la contención del impulso. Para Gloria Collado, este tipo de formas sinuosas aluden al agua, reflejando el comportamiento que tiene el líquido.
Consigue así una gran fuerza lumínica y un medido equilibrio, ambos factores importantes de sus obras. Se convierten estas líneas fluctuantes en los signos de su universo personal que recorren la superficie pictórica compuesta a base de figuras geométricas planas, rectángulos asimétricos en los que destaca el contraste del color y la contundencia del negro, tan característico a lo largo de la obra de este autor. Su color y la luminosidad de sus cuadros, llevan al espectador a fusionar los tonos, la intensidad y el brillo de forma que se plantea una experiencia emocional que se incrementa gracias al gran formato de sus cuadros.
Con respecto al conjunto de las obras que se muestran en esta exposición, Las Plantas, ofrece una peculiaridad: a la hora de representar laos trazos multicolores (amarillos, verdes, rojos, pero sobre todo azules) que parecen flotar sobre el fondo, las formas parecen combinar la espontaneidad de su creación con un cierto ritmo muy calculado que se puede ver en las manchas azules que cruzan verticalmente el lienzo. La manera en que el pintor aplica estas manchas, otorga al cuadro una verticalidad mayor y también una gran expresividad. Dsiponiendo parelamente a la misma distancia y en vertical estas manchas, el autor, logra una secuencia rítmica que contrasta con la horizontalidad de las formas geométricas del fondo. Este tipo de disposición y de ritmo también se puede ver en las obras: De la constancia (2006), Agua (2006) o Azufre (2006).