La figura del taumaturgo hace referencia a los creadores de cosas maravillosas o de milagros. En esta obra adquiere el carácter del demiurgo platónico.
La figura del taumaturgo hace referencia a los creadores de cosas maravillosas o de milagros. En esta obra adquiere el carácter del demiurgo platónico.
La figura del taumaturgo hace referencia a los creadores de cosas maravillosas o de milagros. En esta obra adquiere el carácter del demiurgo platónico. El taumaturgo aparece como un ser que copia en la materia las ideas, creando así los objetos que conforman nuestra realidad, como las arquitecturas oníricas que surgen de sus manos. Pero el taumaturgo no está solo: otra figura antropomórfica observa al hacedor en su proceso creativo, revelando, quizá, el motivo de su confusión. Se descubre la tensión entre el héroe y el antihéroe, fórmula constante en la obra de De Chirico para tratar al hombre en su relación con el mundo.
Todo gira dentro de una atmósfera de melancolía donde aparece la perspectiva renacentista –subrayada por la fuga de líneas de los tablones del muelle– y las formas arquitectónicas, recursos frecuentemente utilizados por el artista. El arte clásico y el neoclasicismo forman el contexto en el que se sitúa la pintura metafísica. Tras la recuperación de la perspectiva, negada por el cubismo, y la incorporación del objeto, se abrió el campo para la inclusión de arquitecturas y paisajes urbanos. Se incluyeron, además, las teorías de Freud sobre el silencio y la soledad, con sus característicos y deshumanizados maniquíes que generan un ambiente inquietante y, a la vez, atrayente. Esta obra se enmarca dentro de su segunda etapa pictórica o de metafísica “reformada”, donde los maniquíes se humanizan y se adentran en lo que Breton denominó una “mitología moderna”.