L’ivrogne

María Blanchard, acuciada por una situación económica desesperada, y consciente de la demanda de su obra en el mercado del arte, realiza versiones de algunas de sus pinturas más apreciadas. Este lienzo, en concreto, es una reinterpretación de una obra homónima del año 1920, inspirada esta a su vez en una pieza del Museo Louvre de París atribuida al artista portugués Nuno Gonçalves y titulada L’homme au verre de vin.

  • María Blanchard
  • 1923
  • Pintura
  • Óleo sobre lienzo
  • 1568
  • 100 x 65 cm
  • Colección de Arte ABANCA

María Blanchard, acuciada por una situación económica desesperada, y consciente de la demanda de su obra en el mercado del arte, realiza versiones de algunas de sus pinturas más apreciadas. Este lienzo, en concreto, es una reinterpretación de una obra homónima del año 1920, inspirada esta a su vez en una pieza del Museo Louvre de París atribuida al artista portugués Nuno Gonçalves y titulada L’homme au verre de vin. María José Salazar, especialista en la obra de la autora, apunta que L’ivrogne, realizada en 1923, sería el ejemplo más significativo de la transición en su obra del cubismo a la nueva objetividad. A partir de los años veinte, la artista da un giro fundamental hacia la figuración, coincidiendo con el ambiente europeo de entreguerras y su “retorno al orden”.
Estilísticamente, representa a un hombre sentado en una mesa de bar. Las influencias cubistas se vislumbran en la manera de componer las extremidades de la figura y el fondo en el que se desarrolla la escena. Esculpe a sus personajes trabajando e incidiendo en sus formas a través del color.
Iconográficamente, se apoya en el esquema del retrato clásico, aunque desde un enfoque diferente por lo marcado del escorzo y porque utiliza un plano americano.
Las obras de esta etapa se centran en la figura humana, principalmente en seres enfermos o sufridores (niños, mujeres embarazadas y borrachos) situados en ambientes de gran tristeza, como en el caso de esta obra que emana una sensación de soledad acentuada con la mirada perdida del hombre. Un posible reflejo de la religiosidad de la autora es la especie de aureola, círculo luminoso utilizado en las imágenes sagradas, que rodea la cabeza masculina.
Los colores utilizados son principalmente fríos, como el azul y el amarillo verdoso, que acentúan la sensación de estar ante una escena dramática. Duro contraste con la mesa, donde los colores cálidos ocres definen, mediante manchas perfectamente individualizadas, la fisionomía del mobiliario.