En el año 1980, Quessada presenta una serie de cuadros en donde el lenguaje empleado es plenamente abstracto. La crítica del momento, opinó que era fruto del desarrollo de su trayectoria artística hasta ese momento que desemboca en el informalismo. En estas obras el artista da su visión del cosmos, en permanente mutación. Para ello, emplea colores planos, con predilección por los rojos, azul, verde y amarillos, que aplica en puntos de color, semejantes a las tramas de las obras de Lichtenstein. El movimiento es expresado como un torbellino de energías disparadas, que da una visión acelerada y descompuesta, como si de una lluvia de átomos se tratase. De este modo Quessada trata de expresar cuál es la dinámica del neocapitalismo.