Tríptico en el que Quessada conjuga una geometría rigurosa, con pinceladas y un tratamiento del lienzo fuertemente gestual y matérico. El artista experimenta aquí con las posibilidades de la materia como forma de expresión. Trata el lienzo con texturas ásperas, grumosas, arañadas e incididas. La paleta se asorda y se mueve en tonos tierras, siena, tostados y rojos, que se rebajan hasta el vermellón. Asimismo, presenta formas cuadradas, negras con bordes blancos, que parecen haber sido encajadas. Alrededor de ellas, surgen nuevas capas de pintura, en parte mezcladas con materia arenosa, o aplicadas de forma violenta, creando manchas que se esparcen centrífugamente, y cráteres de materia. El fondo de las composiciones es negro, aunque se coloca a modo de zócalo una franja blanca. Es interesante resaltar la concepción que Quessada tiene de estas composiciones abstractas, como medio de investigación estético que posteriormente aplica a sus composiciones figurativas.