Si algo define la trayectoria del artista, es su afán por revisitar, una y otra vez, sus lugares comunes. Significa esto, que tanto el asunto abordado como los recursos formales aparecen ya desde sus primeros dibujos. En esta ocasión el tema recurrente es la maternidad. Desde el Neolítico pervive una visión de la mujer como madre, confiriéndole un status casi divino, como metáfora viviente de la tierra, y estrato alimenticio del universo. Formalmente recuerda a la etapa clásica de Picasso, de formas escultóricas enfatizadas por el volumen y de línea redondeada, aunque estas características también son las propias de la escultura románica, de la que tantos y buenos ejemplos hay en Galicia, y en la que Laxeiro se inspiró para crear su lenguaje personal.
La composición está centrada por el dibujo de la campesina, que lleva a un niño en brazos mientras otro camina a su lado, agarrándola por la falda. Aparecen ataviados con las vestimentas típicas del campesinado gallego, a pesar de que se trata de una obra de 1985, cuando el autor ya había abandonado hacía décadas este tipo de representaciones. La manera de configurar el dibujo, es mediante unas incisiones realizadas con ímpetu, que acentúan los contornos, y están rellenas por líneas superpuestas entrecruzadas, que concluyen el dibujo dándole volumen mediante un efecto de claroscuro. Apenas hay definición espacial, por lo que las parecen estar suspendidas en el aire. También la caracterización de los rostros es sencilla y basada en pocos trazos. Característico de su obra y que se deduce de lo anteriormente anotado, es el desprecio por la profundidad, potenciando el uso del primer término y recuperando la frontalidad propia de las Vírgenes entronizadas con el Niño, del medievo. Representaciones a las que concede una gran autoridad.
Dentro de su estética Laxeiro juega con la personificación de seres inanimados e viceversa, con la cosificación del ser humano. Así el pequeño recuerda a uno de sus muñecos, símbolo de la falta de voluntad y decisión de la humanidad.