Con el cambio de siglo comenzó a fraguarse el estilo más personal de Anglada. El pintor actuaba como un cronista de la vida parisina, presentando una técnica asombrosamente moderna y un cierto aire decadente, pero sensual y elegante al mismo tiempo.
Con el cambio de siglo comenzó a fraguarse el estilo más personal de Anglada. El pintor actuaba como un cronista de la vida parisina, presentando una técnica asombrosamente moderna y un cierto aire decadente, pero sensual y elegante al mismo tiempo.
Con el cambio de siglo comenzó a fraguarse el estilo más personal de Anglada. El pintor actuaba como un cronista de la vida parisina, presentando una técnica asombrosamente moderna y un cierto aire decadente, pero sensual y elegante al mismo tiempo. En Mujer en un jardín, París contemplamos una escena en la que como es habitual en la obra de Anglada, la figura femenina es su principal protagonista. En el rosto de la joven, de grandes ojos y boca maquillada, se descubre un color enfermizo que deja traslucir los excesos en la época de una suerte de insomnio, fiebre, alcohol o morfina. Su oscura y envolvente vestimenta hace resaltar aún más el color anormal de su piel. La decadente y sombría mujer, contrasta con el verde del jardín y con las figuras que, al fondo de la composición, pasean con sus claros vestidos. La obra muestra un dominio de la materia y una técnica llena de color con efectos de esmalte. Para Anglada-Camarasa, el color fue una herramienta de expresión que le permitía acentuar sentimientos y expresiones. Heredó el simbolismo de carácter misterioso de la mujer mientras jugó poéticamente con la belleza y la muerte. Estas obras de la vida parisina no fueron justamente valoradas por los conservadores ojos de la Cataluña de la época, pero alcanzaron un gran éxito en París y en el extranjero.