Ya a partir de los años sesenta, y fundamentalmente de su segunda mitad, Luís Seoane viaja con mayor frecuencia a su Galicia, y, con esa creciente frecuencia, va cambiando algunas de sus perspectivas, en especial aquellas que tienen que ver con las relaciones humanas, con la cercanía del hombre Seoane con la tierra y el mar que amaba. Se está produciendo un intenso cambio afectivo que habría de reflejarse-repercutir en la totalidad de sus actos creativos.
En 1963, año en el que expone en la Dirección General de Bellas Artes en Madrid, funda junto con Isaac Díaz Pardo el «Laboratorio de formas de Galicia», una institución-proyecto-deseo que desde tiempo antes venían los dos elaborando. Un conjunto de ideas que habría de cristalizar pronto en la puesta en marcha de dos importantes proyectos: el Museo de Arte Contemporáneo Carlos Maside y la restauración de la actividad cerámica de Sargadelos.
No debe extrañar, entonces, el retorno a la sencillez, a la lírica e incluso a la alegría que se da en la pintura de Seoane en estos últimos tiempos, características de las que esta Muller sentada da perfecto ejemplo. Lo que en otros tiempos habían sido trazos de vigor expresionista son ahora líneas de ritmo suave y poética musicalidad, como en este cuadro se comprueba, entre otros rasgos, en la dulce curvatura descendiente de las tres líneas negras de la parte superior del lienzo. Son como tres ondas de un mar calmo llegando suaves a la hierba.
Lo mismo sucee en el cuadro con sus campos de color, ahora propuestos como fondos limpios en sí, sin turbulencias y con una transposición metafórica clara. Tierra, hierba y mar en un ejercicio compositivo que, de una manera aparentemente simple, recoge toda una vida de experimentación y trabajo no solo en el territorio propio de la pintura sino en el de la ilustración y en el del diseño gráfico estricto.
Como ya ocurriera con obras como El e ela o Conversa na praia, ambas de este mismo año 1976, hay aquí un tratamiento de la figura también mucho más leve y sosegado que por lo general en las obras anteriores. Es cierto que se mantienen inconmovibles los estilemas plásticos y gráficos que Seoane llevaba décadas forzando y haciendo inequívocamente suyos; acerca de esto resultan verdaderamente atinadas las palabras de la profesora M.ª Victoria Carballo-Calero cuando dice que [Seoane] «en contacto felizmente con un paisaje determinado y unas características humanas diferenciales [...] sin la necesidad de figurar recuerdos, regresa a los ritmos curvos y envolventes, al placer de la curva y a las formas más dinámicas aunque igualmente sintéticas».
Alberto González-Alegre