Con el regreso de Joaquín Torres García a Montevideo, en 1934, Nóvoa entra en contacto con uno de los artistas más importantes de la vanguardia histórica. Influenciado por aquel, el gallego introduce elementos de las culturas indígenas que le rodean (los mecates, los cromlech, etc) y realiza grandes murales, afianzando la colaboración entre las disciplinas de la arquitectura y la pintura. Deudora de estos trabajos en gran formato, es la obra que nos atañe.
Este cuadro forma parte de una extensa serie homónima, cuyo título respondía al grito de la rebelión negra de Estados Unidos, y que también es el de un libro de James Baldwin. En la producción de la década de los noventa, las obras nacen como efecto del fuego, cenizas decantadas y materiales de origen natural reciclados. En ellas trata de transmitir la idea de des-paisaje y des-orientación: paisaje interno que no busca coincidencias con un paisaje cualquiera. En este ejemplo, semeja un paisaje de batalla, que hace referencia a una de sus preocupaciones máximas: la autodestrucción del ser humano, el eterno fracaso de la esperanza, y, en resumen, la dicotomía entre vida y muerte, el ying y el yang. En las obras de esta serie, se puede entrever la influencia de los informalistas de los años cincuenta, cuyas obras conoció en 1961, en la Bienal de São Paulo, interesándose especialmente por los trabajos de Burri y Lucio Fontana.