Realizado a base de amarillos, ocres, y marrones, este cuadro sigue en la línea clásica de los bodegones de Castillo: con los objetos compartiendo un mismo plano, sin apenas perspectiva y sobre un fondo de tonos neutros y planos que trae a las figuras hacia el primer término. La mesa, una vez más es un plano horizontal que se monumentaliza gracias al pie que parece servirle de soporte y cuya forma sugiere un juego de estabilidad. Los motivos que pueblan los bodegones realizados entre 1983 y 1985 están poblados, según Eduardo Subirats, de los motivos y preocupaciones propios de su etapa juvenil.