A su vuelta de Roma, Lloréns va a dedicarse a cuidar de sus padres, en La Coruña, hasta su matrimonio con Eva Rodríguez. En esta época, toma apuntes de su entorno inmediato, surgiendo así obras como El muelle de Santa Lucía, La hora de los rezos, u Obelisco. En este ejemplo, representa la esquina de la calle Real con el Cantón Grande, de noche. Conjuga la realidad con la manipulación en favor de la composición, tiñendo el dibujo de un aspecto teatral. Realiza una crónica de los espacios urbanos, donde la luz, en este caso, juega un papel destacado para la recreación del momento nocturno. La composición estructurada en un primer término de fachadas que marca una diagonal ascendente hacia el fondo, que aparece difuminado. Corta, a su vez, esta línea con otra diagonal, en sentido inverso, coincidente con la calle, que se pierde en la profundidad. El encuadre, es lo que introduciría el componente novedoso de la obra. Lloréns, conocedor del impresionismo y de la tendencia que mostraban los artistas de este movimiento por los paisajes urbanos, donde las escenas eran abordadas desde puntos de vista insólitos, derivados de las formas fotográficas y de la pintura oriental japonesa, adopta tanto la temática como la forma visual. La afición por este tipo de imágenes comienza en su estancia en Brujas, donde realiza numerosos dibujos de su arquitectura y de sus gentes.
Aunque formalmente pueda adoptar preceptos formales de la pintura de principios de siglo francesa, eminentemente preocupados por la incidencia de la luz y el color, el artista tiende más al romanticismo, tal y como se desprende de su afán por mostrar la singularidad de aquello que retrata, sean personas o elementos arquitectónicos.