En el Tríptico de Palomares, la iconografía figurativa de las litografías se transforma en una escritura de signos de gran formato llegando a unas formas monstruosas y abstractas.
En el Tríptico de Palomares, la iconografía figurativa de las litografías se transforma en una escritura de signos de gran formato llegando a unas formas monstruosas y abstractas.
En 1966 explota en Palomares (Almería) un bombardero americano, durante una maniobra de entrenamiento, perdiendo en la explosión las bombas atómicas que transportaba. Castillo en este momento estaba de paso en Madrid, y un amigo suyo escritor lo retó a realizar una carpeta de litografías sobre el incidente, fue entonces cuando se fue a Barcelona, al taller de Joan Torrents, y realizó diez litografías.
En el Tríptico de Palomares, la iconografía figurativa de las litografías se transforma en una escritura de signos de gran formato llegando a unas formas monstruosas y abstractas. En el panel central aparece una criatura híbrida, formada de partes humanas y animales, sobre un fondo oscuro, con una expresión de tormento. Esta criatura es atacada por un ser con rabo, señalando la escena de horror del panel derecho.
En el panel izquierdo hay un desfile de seres hermafroditas, y sobre ellos hay una nube negra, debajo de la cual aparece la sombra del bombardero, en forma de cruz. En el centro, como una estatua, aparece la imagen del vendado como figura momificada del eterno padecimiento humano.
En el panel derecho, hay una figura en la izquierda que se retuerce de dolor sobre un fondo negro, y a la derecha una cabeza de aspecto malévolo caricaturizada en forma de patata verrugosa, que, según Werner Haftmann, sería "un signo de protesta contra la tiranía y la violencia, porque tanto Picasso en su ciclo de grabados en aguafuerte Sueño y mentira de Franco del año 1937, como Miró en su pintura mural para el Pabellón de la España Republicana en la Exposición Universal de París de 1937, relacionan una forma análoga de repugnancia con el símbolo de la tiranía".