Esta obra representa una de las etapas claves del trabajo de Helena Almeida, tanto técnica como conceptualmente. Sus imágenes nacen de la pintura, disciplina con la que experimentó durante toda la década de los setenta. Compuesta por una escenografía secuenciada a la manera cinematográfica, la obra se conforma por una serie de catorce fotografías en blanco y negro, alterada por manchas de color que se superponen.
La pieza expresa ideas y vivencias cargadas de narrativa. En ella apenas podemos ver el cuerpo de la artista, solo sus manos y su torso en segundo término. Para la acción se sirve de unos instrumentos mínimos: un pincel y un pequeño bote con los que aplica la pintura sobre un lienzo visto del revés, hasta cubrir toda la superficie de color azul para, una vez terminado, desplazarlo con su mano izquierda. El color azul simboliza el espacio y la energía, también empleado en otras series como Tela habitada (1976) o Salida azul (1995). Pintura habitada sobresale por el poder de comunicar y sintetizar la filosofía de trabajo de Helena Almeida, ya que aglutina todas las posibilidades plásticas con las que crea sus obras.