En los primeros años cincuenta, después de múltiples experiencias pictóricas ligadas al fauvismo de Matisse y sin dejar de indagar en ellas, Seoane se adentra en la práctica reconfigurativa del cuadro en sí, sin pretender llegar a trabajos límites como los de Kandinsky u otros artistas europeos que el pintor gallego conocía en profundidad y con rigor de estudioso, Seoane, con conocimiento de causa, nunca tuvo voluntad de ultrapensar los límites de la significación directa, del impacto visual y de la repercusión social. Este Posto de feira, partiendo de su voluntad de vanguardia, no quiere eliminar el vínculo evidente con el espectador, quiere, como tantas veces en Seoane, emitir un mensaje de la pedagogía plástica vinculada a lo comprensible. Seoane sabe, y practica, la eficacia de ese desdoblamiento. Por una parte el espectador comprende asunto y trasunto del cuadro hechizado por su proposición desfigurada y por el control de un color tan agradable como no previsible. Partiendo de esto -y aquí está el Seoane pedagogo plástico- comprende aspectos como las alteraciones de escalas entre formas y figuras, comprende las alteraciones de las perspectivas y la divergencia y autonomía de los colores.
En lo que atañe al tema, Seoane, como por entonces en España hacían también los grandes pintores como Benjamín Palencia u Ortega Muñoz, «busca trazos de identidad nacional y está sometido a la contraposición entre la tradición a la que tal identidad alude y a la modernidad con aliento cosmopolita que anuncia un mundo diferente», dicho en palabras de Valeriano Bozal. El costumbrismo se desborda por la fuerza de las vanguardias. La obra, pintada en Buenos Aires como la inmensa mayoría de su pintura, se inserta -aunque con una mayor presencia de la figura- en la serie de cuadros en los que el paisaje, la arquitectura o las construcciones conforman lo que podemos llamar «tema interior» de la pintura, una fascinación con la estructura que a veces remite a Torres García y que prepara el gran énfasis estructural que añadirá a sus cuadros en la segunda mitad de los cincuenta. Son estos años cincuenta un tiempo en el que Seoane cada vez es más pintor, tanto si hablamos de intencionalidad como si nos referimos a la cantidad de cuadros producidos. Comienza también su importantísima actividad moralística, y no decaen sus otras actividades pues sigue como ilustrador, como editor y como poeta: en el momento mismo de pintar ese Posto de feira, Seoane está escribiendo lo que será su primer poemario, Fardel de eisilado, que saldría de la imprenta justo al año siguiente, en 1952.
Alberto González-Alegre