El Retrato de la Señora Silvela es una de las obras de Sotomayor que todavía conserva resavios decimonónicos. Se trata de un retrato sedente donde la protagonista se sitúa en el primer plano, en posición de tres cuartos, generando espacio entre ella y el espectador. El pintor la sienta a la izquierda del lienzo, para poder abrir, a la derecha, un paisaje boscoso de tintes románticos. La mujer, elegante, monumental y de clase burguesa, recuerda a las protagonistas de los cuadros de Gainsborough. En el primer plano la luz procede de la derecha, e ilumina a la modelo. Los blancos del vestido le permiten jugar con los pliegues, y generar contrastes lumínicos mediante el empleo de sombras coloreadas, al más puro estilo luminista. Asimismo el contraste del blanco y el negro en los ropajes de la señora Silvela, remiten a la pintura impresionista, donde por vez primera estos tonos se mostraron juntos y contrastantes. Con el fin de recrear la sensación de profundidad, Sotomayor deja el segundo plano en sombra, para luego iluminar potentemente el paisaje del fondo y dirigir hacia él la mirada del espectador. Frente a la composición y los motivos, de corte romántico, la técnica demuestra los conocimientos del artista sobre la pintura moderna, trabajando con una pincelada menuda y veloz. Este cuadro es un ejemplo de la capacidad de Sotomayor para adaptar su estilo a las condiciones de sus clientes, sin por ello renunciar a la modernidad que le convierte, junto a Francisco Lloréns en uno de los artífices del resurgir de la plástica gallega.