El espacio, la experiencia perceptiva y el espectador, sin cuya intervención la obra nunca tendría sentido, son los principales ingredientes manejados por Cristina Iglesias para elaborar sus piezas. Conjugando estos componentes la escultora explora las capacidades del espacio para generar sensaciones y conseguir que el espectador se sumerja en ellas. Son espacios estáticos que, sin embargo, se activan ante la presencia de aquel que se aventura en él, obligándolo a poner en marcha su capacidad perceptiva y a interaccionar con ellos para poder abarcar la obra.
Las creaciones de Cristina Iglesias responden a un tipo de escultura que comenzó a fraguarse en los años 60 con los escultores americanos del Minimalismo, y que se denominó "del campo expandido". Se trataba de esculturas que, paulatinamente, fueron abandonando unas dimensiones reducidas para colonizar y transformar el espacio circundante, público o privado, y dialogar de manera directa con el espectador, modificando su percepción espacial y obligándole a mantener una relación física con las propias piezas.
Este tipo de obras cuentan con un especial componente escenográfico que genera en el espectador una idea de puesta en escena. Tras un par de décadas explorando la capacidad de la escultura para modificar el espacio e influir sobre el ser humano y su entorno, a finales de los 90, la escultora comienza a elaborar habitaciones laberínticas formadas a partir de elementos cotidianos tergiversados, que actúan como reclamos para el público. Estas piezas atrapan su mirada y lo incitan a penetrar y recorrer el laberinto, espacio donde se culmina el acto de la percepción. En el interior de estas habitaciones los estímulos se multiplican, marcando el ritmo de avance de los que se aventuran en ellas. La necesidad de realizar un recorrido incorpora un nuevo componente, el temporal, cuya cadencia es determinada por la propia mirada. Cristina Iglesias resalta cómo el acto de mirar incorpora una dimensión temporal, requiere un tiempo para la percepción y otro para la asimilación. El resultado es una secuencia semejante a la cinematográfica, que puede remitir únicamente a la mirada o que, como en estos espacios laberínticos, implica realizar el recorrido.
La escultora apela a los sentidos para capturar la atención del espectador e invitarlo a involucrarse en la pieza. En S/t los sentidos estimulados son la vista y el tacto. Para ello combina las celosías, retomadas de la tradición del mundo musulmán en la Península, con elementos que remiten a la Naturaleza y recubren algunas opacas que delimitan el espacio. De este modo, y una vez en el interior de la misma, genera reclamos externos e internos.
Cristina Iglesias incorporó las celosías a sus obras en 1997. Estos elementos actúan como una pantalla que abre y al mismo tiempo cierra la visión a un mundo exterior, jugando con lo íntimo o privado y lo público. Estas superficies perforadas permiten juegos de luz que secuestran la mirada del espectador y le plantean un enigma, al esconder un mensaje en forma de texto. Las letras que conforman estos discursos funcionan como elementos autónomos. La obra precisa un compromiso físico por parte del espectador. En palabras de la propia artista "... los signos aparecen como códigos aparentemente descifrables y al mismo tiempo azarosos". A pesar de tratarse de un lenguaje directo y aprensible, los textos se presentan como un jeroglífico, un criptograma que implican un tiempo de contemplación hasta descubrir su estructura, desentrañar el misterio de la celosía y dar sentido a cuanto hay escrito.
Los elementos vegetales, mientras tanto, remiten al mundo opaco de la pared, copado por una vegetación de evocación fantástica que es recreada por los materiales empleados por la artista. En estos muros se trabajan los valores táctiles de la pieza, empleando superficies profusamente texturadas. La vegetación es en realidad un único motivo que se repite una y otra vez conformando una maraña que cubre todo el muro. No se trata de elementos reales, sino de recreaciones de la propia Naturaleza nacidas de la imaginación de la autora. De este modo, juega con el engaño y el ilusionismo, el trompe l´oeil, pero sin sentir interés en crear ilusiones. Quiere que el espectador crea en la ficción por un momento para luego descubrir que todo es falso. Este ilusionismo no sólo alude a las formas de la pared, los propios materiales entran también en el juego. La escultora emplea "materiales que mienten", madera y resinas especiales que son recubiertas con polvo de bronce, hierro o cobre y patinadas posteriormente, para recrear estos metales. Ahora los materiales modernos imitan y sustituyen a los clásicos, más pesados y costosos para los grandes proyectos.
Nada queda al azar en las obras de Cristina Iglesias. Las emociones que quiere despertar en el espectador, el modo en que éste debe comportarse, la forma en que actúan las superficies, ha sido milimétricamente calculado por la artista para generar unos "mecanismos perceptivos" que el espectador debe desentrañar mediante su propia experiencia.
La manera en que la pieza interactúa con el espacio y con el espectador, la idea de ilusionismo que debe ser descubierto, los juegos de contraposiciones (artificio-realidad, luz-sombra, dinamismo-estatismo), el carácter escenográfico de las obras o la necesidad del movimiento para apreciarlas, son todos ellos principios que fueron desarrollados en la arquitectura barroca del siglo XVII, y que Cristina Iglesias actualiza y acomoda al mundo contemporáneo y a una disciplina, la escultura, que en el siglo XX aprendió a dialogar de tú a tú con la arquitectura.