En esta obra, podemos observar cómo las obras de Molezún, evolucionan hacia una pintura abstracta, basada en la organización estructural del espacio a través de la yuxtaposición de líneas y planos de cromatismo austero (tierras, negro y blanco). En contraposición a estos elementos, aparecen signos, grafías y pinceladas gestuales, que provocan cierta musicalidad en las obras de la década de los setenta.
El artista, lleva a cabo una pintura plana y desprovista de dramatismo. Se centra en los contenidos de la propia pintura, entendida como una superficie plana en la que, más o menos armónicamente, pueden disponerse líneas, colores y planos. Como hilo conductor de toda su carrera artística, Molezún va a tener como punto de partida el cubismo, declarándose gran admirador de Picasso. Parte de la descomposición de los objetos, hasta llegar a reducirlos a líneas, facetas coloreadas y texturas. El otro punto de arranque de su trayectoria, es la abstracción, reduciendo la presencia de los objetos. En esta obra, deja que las capas de veladuras transparenten la madera, permitiéndonos apreciar sus dibujos y texturas. Este elemento, nos ofrece un guiño poético, que contraste con la pintura pura. Utilizando la madera como soporte, y mediante las veladuras, el artista crea una imagen ensoñadora. La paleta se mueve en sus tonos clásicos, mezclando manchas que se expanden y contraen, animadas por grafismos de gran libertad que la dotan de un resultado altamente poético.