Una de las claves de la obra de Consuelo Liñeira es su capacidad para transmitir a través del color, las formas y los volúmenes. En este caso el lienzo transmite una sensación de horror vacui, pues las grandes manchas de pintura cubren toda su superficie. La aplicación de ésta se realiza a través de grandes empastes que crean ondulaciones en la superficie de la pieza y aportan cuerpo. La elección de colores resulta harmónica, primando dos colores análogos como son el rojo y el naranja, pero introduce también tonalidades grisáceas a azules rompiendo la monotonía de la pieza.