Tête, dite le Tunnel es, sin duda, una de las obras más emblemáticas de Julio González. Gracias al empleo del hierro, las formas abstractas se expanden, tomando contacto y dialogando con el espacio que las circunda, que ahora se convierte en parte de la escultura, pues en él se sugiere lo que González no ha representado. En Tête dite le Tunnel, hace una abstracción de la cabeza y algunos rasgos pueden ser identificables. Las dos láminas triangulares son la boca y la nariz, y por encima realiza otra forma que se refiere a las pestañas, a través de las cuales representa los ojos sin hacerlo, ya que estos están en el espacio.
La importancia de la obra de González no reside en los elementos materiales, técnicos, estéticos, teóricos o conceptuales, entendidos cada uno de ellos independientemente, sino en la combinación de todos ellos en una obra. La suya es una propuesta redonda, donde cada uno de estos elementos se suma al resto para componer la escultura que todos esperan y que representa perfectamente la era moderna. La estética en la que juegan los espacios llenos y vacíos, creando algo finalmente novedoso, y la utilización del hierro, la forja y la soldadura dan mucha libertad al escultor para crear las formas que desea según sus propósitos.