En 1976, fecha de la creación de Tête, oiseaux, Miró se encontraba ya establecido en Palma de Mallorca, en una especie de exilio interior, mientras continuaba creciendo su fama internacional.
En 1976, fecha de la creación de Tête, oiseaux, Miró se encontraba ya establecido en Palma de Mallorca, en una especie de exilio interior, mientras continuaba creciendo su fama internacional.
En 1976, fecha de la creación de Tête, oiseau, Miró se encontraba ya establecido en Palma de Mallorca, en una especie de exilio interior, mientras continuaba creciendo su fama internacional. Su lenguaje plástico había sido definido por André Breton, el fundador del movimiento surrealista, como “el más surrealista de todos nosotros”. Era considerado un automatista y un radical dentro de este estilo, pero el catalán se distanció de dicho movimiento al no identificarse con algunas de las exigencias bretonianas, manteniéndose independiente del mismo. Paralelamente, el arte de Extremo Oriente ejercía ya una fuerte influencia en él desde principios del siglo xx, cuando en Barcelona y en París se había puesto especialmente de moda el arte japonés. Así, en su colección se encontraban numerosos libros sobre este arte que, sin duda, marcaron en él una profunda fascinación. En Tête, oiseau, manchas y signos de colores vivos destacan fuertemente sobre un fondo negro. En el lienzo se aprecia la admiración del artista por la caligrafía y por el arte japonés que despliega espontáneamente entre sus personalísimos símbolos. En Miró descubrimos la voluntad creadora, la libertad de actuación y la visión vanguardista capaz de desestructurar el espacio y la forma creando un lenguaje donde los símbolos, el color y la línea alcanzan su máxima expresión.