La obra de Virxilio está vinculada a la nueva figuración que surge en los años 60 en Galicia como impulso para la recuperación de la memoria histórica en la línea iniciada con los "renovadores", que había quedado sesgada tras la Guerra Civil. El expresionismo es uno de los géneros más recurrentes en el arte gallego dado su paralelismo con la tradición románica y su naturaleza deforme y distorsionada que transmite una fuerza especial a los rostros y al paisaje. Muchos de los contenidos de la obra de Virxilio se centran en la tierra y los paisajes del mundo rural de interior, mostrando la cotidianeidad de la vida en el campo con un tinte de melancolía. Su obra se basa en la representación de arquetipos femeninos, matronas gallegas, dentro de escenas costumbristas. A pesar de ser conocido por sus dotes de dibujante, en esta obra, realizada a principios de los noventa, ha preferido centrar la composición en el color, de donde emana el otoño a través de gamas pardas, verdes y ligeros toques de negro que remiten al colorido fauvista. La silueta de las figuras no desaparece, sin embargo, no tiene la consistencia de muchas de sus obras, caracterizándose por un carácter ingenuo que esconde la gran maestría de Virxilio como dibujante.