Verre et raisins es un espléndido ejemplo de pintura postcubista, una de las etapas más reconocibles del artista . Cuando Braque pintó en 1930 este lienzo, hacía años que no frecuentaba a Picasso; si bien, al igual que el artista malagueño, tras la revolución cubista, Braque echó una mirada a la tradición clásica.
En esta obra la geometría se ha atenuado, pero siguen existiendo muchos de los elementos típicos del cubismo, como la libertad en la perspectiva o la capacidad de deformar los elementos. Lejos de componer con la intención de convertir las formas en elementos geométricos, el motor es ahora puramente lírico y plástico. Las uvas y el vaso no se descomponen en formas analíticas, tampoco son sintetizadas, sino que son perfectamente reconocibles según la tradición pictórica, pero sin perder el pulso de la pintura de vanguardia. En vez de descomponer en planos, sugiere las uvas y el vaso a través del color; pues, según Braque, "forma y color no se confunden. Hay simultaneidad".
Eliminado todo compromiso cubista, se encamina hacia un mayor lirismo, apelando más a los sentidos que al intelecto ("el cometido del arte es turbar"); esto le lleva a una pintura más ornamental, con formas más voluptuosas y plenas, fruto de la mano de un gran pintor que logra aunar en sus composiciones la tradición pictórica con la vanguardia más radical, de la que ha sido y es protagonista.