Con esta obra, de la que hizo varias réplicas, inició Isidoro Brocos en Santiago su andadura como escultor rexionalista, al igual que con similares características desarrollaban por esos años algunos pintores de su generación. En esta ocasión un enxebre sastre, retratado con gran verismo y expresividad, se afana en asentar el chaleco a un niño, en un buscado contraste de tratamiento de líneas compositivas, superficies epidérmicas y edades. «Es una verdadera maravilla de expresión y de realismo», en palabras dedicadas en 1891 por su amigo Balsa de la Vega, crítico de arte e impulsor teórico de esa tendencia artística, «aquel viejo sentado en su taburete, con su tijera al lado tomando con la mirada solamente medida de la prenda al chicuelo, puesto de pie delante de él, y que me hace recordar aquel otro tipo tan bien descrito por Curros, cuando dice:
Cazón curto, alta monteira,
Verde faixa, albo chaleque,
Y-o pano n’a faltriqueira, etc.»
En la figura del sastre parece resumir Brocos toda la poética de su oficio de escultor heredera del clasicismo, pues con su expresivo y estudiado gesto indica claramente al espectador la manera más adecuada y completa de contemplar con detenimiento una verdadera escultura exenta: rodeándola, para apreciar bien todos sus puntos de vista, sus buscados escorzos, sus recovecos.
Gozó Isidoro Brocos de gran éxito con esta faceta costumbrista y anecdótica, como lo demuestra que, tras la presentación de este grupito (realizado por primera vez en su taller de Santiago en 1878) en el Salón de París de 1879, la poderosa casa francesa Goupil, que movía los hilos del mercado artístico europeo, se dirigió a él para encargarle un nuevo ejemplar de su Tailleur de village, tras haber vendido otro a uno de sus clientes. Este interés comercial, que abocaba al artista a una producción casi industrial de sus obras -se conserva todavía el molde en escayola para la reproducción por vaciado de Xastre de aldea en el Museo de Bellas Artes de A Coruña-, quizás sea debido al recuerdo que en Francia traía de los populares cuadros de tipos españoles que toda una legión de pintores «fortunystas» realizaban por entonces. Para este caso concreto el propio Brocos se sirvió, sin duda, como fuente de inspiración, del cuadro La sastrería del francés J. Worms, colaborador de la Ilustración Gallega y Asturiana, modelo del que toma no sólo el asunto, sino también la actitud y vestimenta de los personajes. No será la última vez que utilice para sus esculturas una referencia pictórica, que le lleva a traducir al barro cocido la descripción pormenorizada de todo tipo de detalles más propios de la pintura.
El interés comercial de su obra se suscitó también en Galicia por parte de una incipiente clientela de la naciente burguesía urbana que se complacía, de nuevo en palabras de Balsa de la Vega, «en admirar sus estatuitas y grupos de asuntos rurales».