En 1981, ante la insistencia de Aimé Maeght y Eduardo Chillida, Tàpies se introdujo en el mundo de la cerámica. Estudió la técnica con Joan Gardy Artigas y en el taller de la galería Maeght-Lelong y aprendió a explotar las posibilidades de una técnica que se adaptaba a sus gustos e ideas artísticas. La cerámica, que todavía hoy trabaja como escultura, le permitió el contacto directo con una materia orgánica, cambiante, rica en texturas, y cargada de un carácter primitivo de tinte arqueológico, que abre a Tàpies un interesante campo semático.
Las cerámicas de Tàpies se pueden agrupar en tres grupos: las composiciones abstractiformes, los restos humanos y los objetos. Pila de sacos se encuadra en este último grupo, formado por elementos cotidianos que son presentados como elementos fósiles de la realidad. Con estas piezas el artista plantea una reflexión acerca del tiempo y de la caducidad de nuestro presente, que a cada instante es pretérico y que en un futuro no será más que un pasado remoto. A pesar de la apariencia inmediata y fácil que presentan estas esculturas, las cerámicas de Tàpies nunca son producto del azar ni de un trabajo espontáneo sino el resultado de una reflexión, plasmada en numerosos dibujos y bocetos.
Al igual que en sus pinturas, dibujos y grabados, Tàpies deja su impronta personal en estas piezas, a menudo marcadas con signos que les confieren un aspecto mágico o ritual. Son los mismos criptogramas que han acompañado al artista a lo largo de su trayectoria, convirtiéndolo en una suerte de chamán que transporta al espectador a su propio mundo para así guiarlo hacia una reflexión acerca de su propia existencia.