La formación de Lucio Muñoz, se desarrolla en un momento en que la creación artística estaba copada por el arte propagandístico del Régimen y el arte pompier. Sin embargo, en los años cincuenta, comienzan a aparecer movimientos protagonizados por jóvenes artistas, que tratan de poner al día la pintura española, con la tolerancia del gobierno, que ve en el arte un vehículo para su apertura internacional, tan necesaria. En este ambiente, Muñoz desarrolla su personal trayectoria, basada en los recursos de la abstracción -conocidos por vía del Informalismo- y en fuentes de la realidad, sin por ello inmiscuirse en experiencias pop o conceptuales.
La obra que nos atañe, pertenece a la producción de los años noventa. Respecto al trabajo de este momento, el artista comenta que había llegado a un punto de saturación y consiguinte reflexión sobre lo que había sido su línea de actuación artística. Siente la necesidad de una "cura de ascetismo" y tiñe el trabajo de "un despojamiento máximo"1. Reconoce que anteriormente se había excedido, por lo que pretende enmendarse dirigiendo su producción hacia la solemnidad, naturalidad y el misterio. Siente la necesidad de mostrar la superficie que hay por debajo del cuadro, "que se viera la función de esa estructura, a caballo entre la construcción y la destrucción, y nunca muy razonada o terminada del todo, sin voluntad de perfección". Según sus propias palabras, no intenta desprenderse de la materia, sino que ésta se vuelve más sutil y sencilla, traduciendo la superficie del soporte y "rodeando al sujeto del silencio". Según Calvo Serraller, la obra de Lucio Muñoz escapa del informalismo para entrar de lleno en el territorio natural gracias al material utilizado: la madera. La elección de este material, surge de la conjunción del encuentro de la vanguardia informalista con la tradición artística gótica. Le interesa por tratarse de un material tradicionalmente anticlásico y por su capacidad para introducir la vida en la obra de arte. Para Lucio, la madera es la expresión del ciclo de la naturaleza, nace y muere, viéndose reducida a cenizas. Pero también le llama la atención por que lleva implícita una vuelta a los orígenes, al arte más primitivo. Muñoz juega con las calidades de la madera. Parte de un material negro, quemado, carbonizado, para luego pasar a las maderas acuáticas, tamizas de verde y la etérea madera blanca, símbolo del rejuvenecimiento final. El contraste de calidades, le sirve para conseguir resultados igualmente contrastantes, explotando la capacidad significativa de la madera.