Manuel Ruibal es un pintor-poeta que ha desarrollado su faceta profesional de manera autodidacta. A lo largo de su vida, ha realizado multitud de viajes, de los que muchos se han convertido en largas estancias. En todos estos lugares, ha acudido a visitar sus reconocidos museos y a empaparse del patrimonio local, actitud que propició un progreso en su formación y una nueva manera de ver la vida.
En 1961 se trasladó a Madrid y, posteriormente, a diversas ciudades europeas (Roma, París y Milán), pero sin perder el contacto con Galicia, su tierra natal, formando parte de los renovadores de la pintura gallega y participando en Atlántica.
Comenzó su actividad artística dentro de la tradición costumbrista, con una fuerte atracción por el paisaje, que ha desarrollado y sintetizado hasta llegar a una abstracción lírica que utiliza pequeños grafismos de color, de influencia oriental, agrupados a lo largo del cuadro según un esquema también gráfico. Su escultura presenta implicaciones minimalistas en la forma, e incluye una decoración cromática que la relaciona con la pintura.
En su época parisina, además de sentirse influenciado por los vanguardistas históricos gallegos, denota una matizada incidencia del fauvismo. Los azules y los grises captan su interés. Durante su estancia en Roma, admira la pintura de acción de Goya, El Paso, Saura y Millares, y en su paleta predominan los blancos, azules, violetas y grises, dirigidos por el negro. Durante su estancia en Mallorca, se inspira en las cúpulas pintadas del Renacimiento y Barroco, que había visto en Italia. En la segunda mitad de los años ochenta, pinta figuras en soledad, naturalezas muertas, paisajes y, sobre todo, árboles-símbolo, como elemento de análisis y de la desintegración de la luz en atmósferas otoñales, que toma de su estancia en Nueva York.