Las antigüedades, al igual que la pintura, son el reflejo del tiempo congelado. Los objetos, acompañados de su pátina e imperfecciones, llevan la carga emotiva propia de los testigos mudos de vidas anónimas.
Las antigüedades, al igual que la pintura, son el reflejo del tiempo congelado. Los objetos, acompañados de su pátina e imperfecciones, llevan la carga emotiva propia de los testigos mudos de vidas anónimas.
Las antigüedades, al igual que la pintura, son el reflejo del tiempo congelado. Los objetos, acompañados de su pátina e imperfecciones, llevan la carga emotiva propia de los testigos mudos de vidas anónimas. Lugrís presenta un laberinto de sensaciones, provocadas por el análisis pormenorizado que nos exige el lienzo a través de nuestra mirada. La obra recrea la almoneda de un viejo marinero. Multitud de objetos se agolpan de forma barroca por toda la estancia, como un gabinete de curiosidades. Como en la mayoría de los lienzos de Lugrís, el hombre no está presente y esto motiva la mayor carga emocional, que se incrementa por el preciosismo con el que describe las texturas de los objetos. Se trata de una composición donde predomina la horizontalidad, estableciéndose además puntos de fuga que nos llevan a la ventana, única abertura en la composición, por la que nuestra retina puede descansar de tanta carga visual. La ventana presenta una vista de un puerto, con actividad de veleros, y lo que parece una iglesia. El pintor demuestra una gran maestría en el dibujo y en la aplicación del color, fruto del conocimiento adquirido como escenógrafo.