Acuarela perteneciente a la serie titulada «Faunalia» una de las primeras ilustraciones realizadas en Buenos Aires por Castelao. La serie será concebida en 1940, año en que se establece en Argentina y cuando comienza a trabajar en el mundo editorial a través de las revistas Galicia y Abrente vinculadas con las comunidades gallegas de la ciudad porteña. En este mismo año, ayudado por Rafael Dieste, es contratado para ilustrar libros de la editorial Atlántida. En 1941 Castelao terminará esta serie de acuarelas, coincidiendo con los preparativos y la puesta en escena de Os vellos non deben de namorarse que se estrenará el 14 de agosto de ese mismo año en el Teatro Mayo de Buenos Aires.

En la obra teatral, según la impresión de Alejandro Casona, «Goya, Solana y el Valle Inclán de los esperpentos son sus antecedentes más claros y preclaros» una opinión que está en la misma clave inspiradora de las imágenes de «Faunalia» tras las que se esconde también el espíritu mágico y animista valleinclanesco. Imágenes «de liturgia supersticiosa, viejas raíces paganas hundidas en el musgo celta de la Galicia ancestral, paradojas chirriantes en que la ironía y el humor llegan al filo cruel del sarcasmo…», que en acertada descripción hecha por Casona sobre Os vellos non deben de namorarse, también podría aplicarse a las ilustraciones animistas de «Faunalia».

El carácter pagano y mitológico se refleja en la escena de la acuarela que nos ocupa, generando un ambiente afín al dios griego Pan o al romano Fauno, protector y encargado por velar de la fecundidad de la tierra. Tal tipo de deidad solía habitar en densos bosques de encinas.

Castelao funde en la imagen las dos características vinculables a los faunos, su carácter protector hacia la madre naturaleza así como su exagerada líbido. En la actitud del fauno hacia el fragmento de bosque con múltiples senos del que se nutre y con el que copula, se percibe también una clara y tierna actitud protectora.

El dibujo está realizado de una manera similar a las pinturas más ingenuas de su época modernista de mediados de la década de los años diez o los múltiples paisajes ensoñadores gallegos de los años veinte, en los que la minuciosidad descriptiva y la amplia gama cromática dejan traslucir su faceta más alegre e infantil que entronca con el mundo de la leyenda y la narración corta, más que con la visión satírica y ácida que aplica en sus estampas políticas y sociales.

Antonio Garrido Moreno