En esta obra, Lugrís realiza un paisaje fantástico del Monasterio de Caaveiro y su entorno.
En esta obra, Lugrís realiza un paisaje fantástico del Monasterio de Caaveiro y su entorno.
En esta obra, Lugrís realiza un paisaje fantástico del Monasterio de Caaveiro y su entorno. Para ello, elige un punto de vista bajo que le permite realzar tanto la imagen del edificio como la del bosque que lo rodea, ensalzándolos y enfatizando la visión que se cierra con la imagen del cielo. El encuadre seleccionado relaciona de nuevo la obra de Lugrís con el paisaje romántico, así como la selección de un ambiente boscoso presidido por las ruinas de una antigua construcción monástica de origen medieval. La paleta se basa en tonos fríos, azules y violáceos, que se animan con la explosión de colores cálidos con la que caracteriza la Fraga del Eume. El paisaje, inspirado en la realidad, es, sin embargo, filtrado por el artista, que lo reconstruye según las máximas de su propio universo poético: nocturno, exuberante y preciosista. El resultado es un mundo onírico e irreal, creado a base de colores planos y formas puras, tendentes a la geometría, que nos remiten a la obra de los Nabis, la pintura naïf e incluso al cubismo. Destaca el cariño que el artista pone en la factura, minuciosa y cuidada como si se tratase de la labor de un miniaturista. También es característico de sus obras el horror vacui, que le lleva a llenar la escena, bien sea de objetos, bien de color, sin dar respiro a nuestra mirada, que en este ejemplo debe escapar al cielo de la composición para descansar de la avalancha de color y forma de los primeros planos. El resultado son lienzos imaginativos, realizados con un vocabulario personal y de gran expresividad.