Paisaje fantástico donde parece representar un fondo abisal puesto al descubierto, tras la separación de las aguas del mar.
Paisaje fantástico donde parece representar un fondo abisal puesto al descubierto, tras la separación de las aguas del mar.
Paisaje fantástico donde parece representar un fondo abisal puesto al descubierto, tras la separación de las aguas del mar. La escena está ocupada por montículos rocosos de un azul intenso, que destacan sobre una llanura arenosa de tonos ocres. La frondosa vegetación que habita las protuberancias rocosas contrasta con arboledas desnudas de follaje. El carácter onírico de la escena es reforzado por la imagen intensa del cielo, cargado de nubes rotas con violencia por intensos rayos de luz. El gusto que sentía Lugrís por el Romanticismo se refleja una vez más en las ruinas de un templo, que parece brotar a duras penas entre la foresta. Como sucede en los lienzos del metafísico Giorgio de Chirico o en el universo onírico del Dalí de los años treinta, la belleza que se desprende del lienzo es una belleza serena, sosegada. Se trata de un paisaje silencioso, casi mudo, donde el tiempo ha sido suspendido. Es la evocación del paraíso perdido, dominado por una naturaleza sublimada, despoblada de seres humanos. Únicamente tiene cabida una solitaria sirena, que alude a la mitología fantástica, de raíces protohistóricas. Sin embargo, su iconografía no responde a ninguna de las habituales, tratándose de una interpretación particular de este personaje híbrido, que el artista dota tanto de cola de pez como de alas. El universo plástico de Lugrís responde a su personalidad, sin atender a géneros ni corrientes, aunque sí se puedan leer en sus obras referencias de estilos y movimientos pasados ─en este caso las más evidentes aluden al surrealismo y al Romanticismo─. El resultado es un paisaje interior un tanto aséptico, reflejo de los mundos inventados por el artista, que, no obstante, no da cuenta de sus sentimientos e inquietudes.