Manuel Patinha es un artista polifacético que, antes de decantarse por la escultura, a principios de los años noventa, trabajó otras disciplinas como el grabado, el dibujo, las instalaciones o la pintura, sin llegar a abandonarlas totalmente. Junto con su amigo Cruzeiro Seixas, el gran surrealista portugués, se acerca a esta corriente, que plasmará en sus obras pictóricas y en sus primeras esculturas. Éstas se caracterizan por la predilección que siente Patinha por el uso del metal, sobre todo el acero, y por representar temáticas que provoquen sensaciones al espectador: visiones fantásticas de seres zoomórficos, o violentas manifestaciones de la naturaleza, como la que muestra en Santo Trono, o Santo Trueno. En esta obra, Patinha rinde tributo al poder de los elementos naturales, empleando para ello una estructura de carácter monumental. Sobre un pedestal, sitúa una instalación en bronce, elaborada por una serie de planos curvos, de formas abstractas, entre las que introduce el espacio, generando efectos ópticos provocados por el juego de simetrías y asimetrías, de cóncavo y convexo, que son el resultado de un profundo estudio geométrico.