Antonio Murado es uno de los artistas de su generación más reconocidos. Nació en Lugo en 1964 y se licenció en Bellas Artes en la Universidad de Salamanca en 1988. En 1987, en los Talleres de Arte Actual del Círculo de Bellas Artes de Madrid, conoció al pintor Thomas Jocher, con quien comenzó a trabajar en grupo junto a Michael Haas y al gallego Antonio Fernández González. Este mismo año abre una sala de exposiciones en su ciudad natal: Zú, inaugurada con una muestra del grupo bajo el título Mis cuadros favoritos. Durante dos años, la sala realizó exposiciones de jóvenes artistas españoles y austríacos en intercambio con la galería vienesa Cult. Además de exponer en Lugo, el grupo Zú organizó una muestra en la Grosse Prothotypenschau de Viena con un trabajo a partir de instalaciones en las que, de forma irónica, analizan el mundo del arte y la percepción de este por parte del público. En 1989 expuso en solitario por primera vez, en la capital austríaca, lienzos de pequeño formato.
A partir de 1990 realiza obras de gran formato donde combina la figuración y el paisajismo con una tendencia, cada vez mayor, hacia la abstracción. El pintor explica su evolución del siguiente modo: «Siempre he pensado que no hay mucha diferencia entre lo abstracto y lo figurativo y no creo que esa sea una clasificación muy acertada para la pintura. Me parece que todo es abstracto y todo es figurativo. Mis nuevas pinturas, en concreto, son una mezcla de las dos cosas. El tema es abstracto y el tratamiento figurativo en el sentido de que no hay la representación de una realidad, sino la realización de una realidad. Nunca he deseado representar una imagen ya vista. En mi obra trato de plantear una investigación de espacio virtual. De hecho, acentúo el carácter plano del soporte lijando la superficie del cuadro y aplicando barniz. No me gusta nada la materia. El gran escenario de la pintura es una superficie plana que crea la ilusión de espacio. El argumento es muy escueto, abstracto. El espacio creado es un espacio abierto, un espacio intangible. El espacio del alma. Me gusta pensar en los bodegones de Sánchez Cotán, en los que se produce la creación de un espacio místico. La mirada no puede acceder a órdenes que su fisicidad le impide: el orden microscópico y el macroscópico, que son órdenes similares. Quizá la misión de la pintura sea revelar esas necesidades».
Desde los inicios de su trayectoria ha obtenido gran cantidad de premios y becas entre las que destaca la Manuel Colmeiro de la Xunta de Galicia (1987), Banesto (1990) y la beca Unión Fenosa (1996), que le dio acceso a la Cooper Union School de Nueva York. Esta última marcó un cambio importante en su vida, ya que es la ciudad a la que se traslada y en la que vive y trabaja actualmente.